Viejo ep. II: Volando

Episodio II: Volando
Corren malos tiempos para la Galaxia.
El Imperio Sith y el Senado de la República,
respaldado por los Caballeros Jedi están en guerra.
No hay combates cruentos, pues hay un empate técnico,
y la guerra en sí se limita a unas pocas escaramuzas sobre
objetivos estratégicos.
Aún así, los viajes interestelares son peligrosos y se cobran su precio:
en sangre o en riesgo. Cualquier nave militar puede decidir que otra nave está
cruzando el espacio del bando al que representa, y detenerla para inspección. Esas
inspecciones suelen acabar mal para el propietario de la nave y/o del cargamento, pues
aunque ambos bandos dicen defender la Ley y el Orden, las naves patrulla suelen estar bajo
las órdenes de mezquinos y ambiciosos, en el mejor de los casos.
Sólo el espacio de los sistemas neutrales está a salvo (y no siempre) de las naves de guerra. Para compensarlo, naves pirata las patrullan. Y éstas no suelen abordar las naves para inspeccionarlas esperando un soborno.
La vida del transportista espacial es dura. Muy dura.

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La nave se preparaba para el primer hipersalto, después de abandonar la órbita de Nar Shaddaa. El viejo se repantingó en su asiento, contemplando las estrellas, esperando el mágico momento en el que todas se convertían en una línea blanca, emanando de un círculo negro que marcaba el destino del salto.

De repente, las alarmas de proximidad empezaron a sonar, y unas explosiones alrededor del casco indicaron que alguien estaba realizando disparos de advertencia.

Eso, o es que los que disparan son malos de pelotas... murmuró el viejo.

Los altavoces de la cabina seguían mudos. Y el "libre" no tenía retrovisores ni cámaras traseras. Eso era un problema para esquivar disparos desde detrás. Algunas vibraciones y sacudidas indicaban que los artilleros enemigos (por decir algo) empezaban a acercarse demasiado.

El viejo miró los monitores, donde filas de números se sucedían sin parar, mostrando el estado de los cálculos para el hipersalto.

Detén la nave y prepárate para ser abordado o dejaremos de utilizar los iones y empezaremos con los torpedos de fotones.

Unos cuantos haces de luz azul pasaron rozando el casco de la nave. Ahora (por fín) empezaban a disparar con iones. Cualquier nave moderna tendría problemas para seguir volando con tanto impacto de iones.

La nave dió un par de bandazos y el ronroneo de los motores apagándose señaló al viejo (y a los atacantes) que por fín la nave se rendía... la nave, que no el viejo. Si perdía la carga, lo asarían vivo (con suerte). Y si no la perdía, diez droides de combate defendiendo la bodega (por decir algo) acabarían con la integridad de la nave. Hasta la cinta aislante tiene un límite de resistencia.

La última fila de números apareció por la pantalla y llegó al centro de la misma...

Las naves estelares suelen tener (por cuestiones de optimización y rendimiento) los motores de impulso y los de salto enlazados de alguna forma. Bien ambos dependen de la misma fuente energética, o de los mismos procesos del computador de a bordo, o incluso comparten las toberas...
Pero eso es ahora. Hace doscientos años las tecnologías de hiperimpulso y de propulsión "normal" eran tan distintas que pocas naves tenían ambos sistemas enlazados.

La nave flotó a la deriva durante unos pocos cientos de quilómetros, con la inercia acumulada. Lo justo para llegar al punto de salto, y con la velocidad suficiente como para que los antiguos motores de hiperimpulso pudieran ser activados. Las estrellas se curvaron alrededor del "Libre", mientras éste saltaba hacia el siguiente sistema solar.

Pocas esperanzas tenía el viejo, porque los saltos pueden calcularse en función de la posición de cualquier nave antes del salto, y cientos de factores que los droides de navegación utilizan para el tema. Y la hipervelocidad del "Libre" tampoco era algo que le diera margen de maniobra.

Así que dejó los mandos de la nave después de pedirle a la computadora que empeara a calcular el próximo salto, y abrió uno de los paneles del suelo, donde se podían apreciar cientos de conductos de tipos muy variados.

Tengo que comprarme un R2... A ver... el conducto de energía de los motores principales estaba por aquí...

Próximo salto calculado. Será necesario un desplazamietno por el espacio normal de unos dos parsecs. Reentrada en el espacio en treinta y seis horas, doce minutos y dos segundos.

El viejo sonrió. Ponerle a una computadora de nave estelar un dispositivo de voz había sido un chiste malo de algún mecánico graciosillo. Pero le daba cierto encanto al tema. Quizá algún día reuniera dinero suficiente para un módulo de personalidad y, quién sabe, una interficie de voz...

Un chispazo salió de debajo de uno de los paneles que el viejo tenía levantados. Del sobresalto, el viejo movió demasiado una de sus manos (dos, que conste) y recibió una descarga leve, pero molesta.

Sacudiendo la mano, el viejo miró uno de los monitores. Le quedaban dos horas para la reentrada, y los motores de impulso seguían sin estar operativos. Necesitaba como mínimo el impulso medio para poder alcanzar el siguiente punto de salto en un tiempo prudencial.

Realizó un chequeo rápido, en el que se mostraba que todo estaba bien. Sencillamente, los motores de impulso se negaban a aceptar la energía que necesitaban para funcionar.

A no ser que el sistema de diagnóstico estuviera averiado... cosa que no podía verificar porque el sistema de diagnóstico era incapaz de diagnosticarse a sí mismo. Cerró los paneles y pidió a la computadora un cálculo aproximado de las posibilidades de que sus perseguidores llegaran a su destino antes que él.

Posibilidad de 1. Tiempo de llegada solicitado: menos cinco horas.

Al cabo de un momento, la voz de la computadora avisó:

Reentrada en el espacio normal en diez... nueve... ocho... siete... seis... cinco... cuaro... tres... dos... uno... reentrando.

Las estrellas, que en el hiperespacio eran percibidas como líneas de luz emanando del frente de la nave, "frenaron" y volvieron a su posición normal. La nave acababa de entrar en el hiperespacio.

El viejo pulsó el botón de encendido de los motores de impulso...

Cinco horas esperando suelen ser demasiadas para un grupo de piratas. Además, nadie en la galaxia estaba al tanto de lo lento que era el "Libre", con lo cual les quedaba la duda de si podría haber salido del hiperespacio antes de su llegada.

Al entrar en el espacio normal, el viejo sólo se encontró con un pequeño caza patrullando la zona de reentrada. Los demás debían estar rastreando el sistema en su busca...

La buena noticia era que al entrar con los motores de impulso apagados el caza no pareció darse cuenta de su presencia. La mala que el caza estaba justo en medio del camino que el "Libre" tenía que recorrer para llegar al próximo punto de salto. La computadora de a bordo ya estaba calculando el siguiente, que el viejo había preparado para llevarse a cabo justo después de la reentrada, para eliminar posibilidades de rastreo.

Bueno... amos allá, dijo el viejo, empujando las palancas de impulso. Quizá los diagnósticos estaban mal, y el "Libre" era capaz de volar...

Los motores del caza se activaron en el mismo momento en el que los del "Libre" emitían una tos bastante desagradable, sin llegar a arrancar del todo.

Todo pasó demasiado deprisa para que nadie reaccionara. La nave enemiga había virado sobre sí misma cuando los motores de impulso del "Libre" se pusieron en marcha. Con la palanca de velocidad colocada a "MÁXIMO". El viejo pudo imaginar la cara de sorpresa del piloto del caza al ver cómo la pelota amarilla del espacio se abalanzaba sobre él.

De hecho, no tuvo que imaginar demasiado, pues tuvo tiempo de verla justo antes del impacto.

Ni escudos ni leches, el ruido de metales al doblarse, y el quejido del casco indicaron al viejo que tenía las de ganar. Pero por poco tiempo, pues el radar de proximidad señaló la aparición de cinco naves más.

El viejo no podía hacer nada más que esperar a que el "Libre" llegara al punto de salto antes de que lo hicieran sus perseguidores. Con suerte alguno se quedaría a recoger al piloto del caza, que acababa de partirse por la mitad. Mucho escudo pero poco casco.

La nave aceleró...

Los impactos avisaron al viejo de dos cosas: que los artilleros no eran malos (como artilleros, como personas dejaban mucho que desear) y que ya no intentaban una captura, pues estaban disparando blásters y no iones.

Por suerte, el "Libre" llegó al punto de salto antes de ser alcanzado en algún punto delicado, y de nuevo, el viejo vió como las estrellas se estiraban alrededor del casco del pequeño escarabajo espacial.

Tenía unas cuantas horas antes del próximo salto. La duda era si aceptar el salto ya calculado (sería una entrada/salida) o si recalcularlo en una dirección inesperada.

Decidió hacer lo primero. Aunque probablemente esta vez sus asaltantes no estarían dando vueltas por el espacio, quizá sus capacidades de cálculo no fueran suficientemente buenas y/o rápidas para interpretar un "resalto". Por si acaso, preparó otro resalto (nada recomendable) en una dirección impensable. La jugada era arriesgada, pero necesitaba librarse de los atacantes, verificar el estado del "Libre" y decidir si valía la pena seguir con el viaje o intentar deshacerse de la carga.

Eso implicaría otro cambio de nombre para el "Libre" y no pasar por zonas controladas por hutt durante una larga temporada...

Pero en todo caso, el problema inmediato era salir vivo del lío actual. El "Libre" no soportaría un tercer "resalto", y ni siquiera estaba seguro de poder seguir a velocidad de impulso después del segundo.

Reentrada en el espacio normal en diecisiete horas, trece minutos, siete segundos. - anunció la voz de la nave.

El viejo se estiró en el asiento del piloto y se dispuso a echar una cabezadita. Total, no podía hacer nada más que esperar, y los androides de combate no son muy conocidos por su conversación.

Salto calculado, reentrada en cinco... cuatro... tres... dos...

Los "resaltos", como los llamaba el viejo, además de peligrosos eran mareantes. Aún así, era incapaz de perderse el espectáculo del salto, incluso después de haber realizado más que muchos pilotos experimentados de la galaxia. Pero un resalto... ver cómo las estrellas vuelven a su posición para volver a "estirarse" es más de lo que el cerebro puede asimilar sin una sensación de mareo. No hay inercias, ni temblores, ni nada que indique al organismo que se está forzando la ley física más allá de lo normal, pero los ojos transmiten toda esa información a un cerebro que les da las gracias con la voz amargada de quien expresa un exceso de información indeseada.

Si a eso le añadimos el destino del salto, la cosa se pone peor, pues el resalto estaba calculado rompiendo todas las normas de la prudencia hiperespacial: salto demasiado corto, sin siquiera salir del sistema origen, y con reentrada demasiado cercana a un cuerpo celeste. Si el viejo creía en dioses, seguro que durante los dos segundos que duró el salto estuvo rezando.

La imbecilidad no es exclusiva del ser humano, todas las razas "sintientes" del universo conocido mostraban una natural tendencia a ella. Quizá la evolución natural requería una cierta dosis de imbecilidad para que un animal la mar de tranquilo decidiera dejar sus hábitos e instintos y adoptar eso que llamamos "inteligencia".

Tres impactos en la superficie de la luna (que ocupaba todo el campo visible) indicaron al viejo que sus perseguidores habían sido lo bastante idiotas para saltar tras él sin comprobar el destino.

¿Tres? Los dispositivos de alerta de colisión del "Libre" empezaron a sonar como locos.

Nave detectada en rumbo de colisión, impacto en...

No hizo falta que la voz de la computadora terminara la frase, pues la deceleración al salir de un hipersalto no es suficiente en según qué casos para combatir el campo gravitatorio incluso de una luna menor, si la nave no entra en el espacio lista para ello.

El ruido del impacto debió transmitirse incluso en el éter, y ahogó el de la explosión del caza. Por suerte. Si hubiera sido un carguero ligero, esta historia habría terminado ya.

Detectadas fisuras en el casco, daños estructurales graves, pérdida de aire, sistemas de mantenimiento de vida en peligro.

El viejo se colocó una máscara de respiración, y empezó a revisar los diagnósticos. Si los droides de combate hubieran estado en la cabina de pilotaje, y supieran interpretar las expresiones humanas, probablemente se habrían suicidado. Aún así, mientras todo su organismo expresaba el terror ante una muerte segura, las manos se movían por encima de los controles a una velocidad que pocos pilotos de la galaxia podrían igualar.

Ni "Fuerza" ni leches, si la experiencia es un grado, el viejo tenía más grados que una supernova, y no tenía intención de dejar que un imbécil con un caza acabara con los años que quería que le quedaran.

Los motores de impulso rugieron, y la nave se alejó de la luna en dirección al planeta alrededor del que ésta orbitaba.

Velocidad excesiva para una entrada atmosférica, integridad del casco comprometida más allá de lo razonable. Controles manuales anul...

La voz calló. El viejo había desconectado todos los sistemas automáticos de la nave, incluídos los de soporte vital. La nave se reorientó sin perder velocidad, ofreciendo sus "tripas" al espacio, mientras el casco superior (el "escarabajo") presentaba sus respetos a las primeras moléculas de gas de las capas más externas de la atmósfera.

El viejo estaba sudando. No sólo por la tensión del momento (suerte que había ido al baño durante el salto), sino por el calor que entraba en la nave.

El "Libre" ya no parecía un escarabajo amarillo del espacio, sino una gran bola de fuego que habría hecho las delicias de cualquier pianista loco. Llevaba dos horas de entrada atmosférica, cuando normalmente la cosa se soluciona en tres minutos. La temperatura del casco había superado con creces los límites de seguridad, y los sensores se habían negado a seguir funcionando en esas condiciones laborales, fundiéndose en un cálido abrazo con el fuselaje.

Espero que haya agua ahí abajo... - murmuró el viejo mientras seguía maniobrando, indiferente al hecho de llevar dos horas boca abajo. El "Libre", dada la vulnerabilidad de su vientre y la falta de reactores de frenado, entraba en las atmósferas boca abajo, ofreciendo su "joroba" al calor de la reentrada.

El calor era insoportable, expresión totalmente errónea, porque el viejo lo soportaba. Muy mal, pero lo soportaba. Digamos que el calor era horrible.

Al cabo de cinco minutos más, el viejo decidió, por fín, dar "la voltereta" (ver ficha de la nave). Básicamente consistía en picar el morro hacia abajo (arriba, según la percepción del piloto), hasta que los motores de impulso estaban en la dirección del vuelo. En ese momento, eran encendidos a máxima potencia para frenar la caída. Realmente, el espectáculo de la entrada atmosférica del "Libre" era algo digno de ver. Pero indigno de vivir. Razón principal por la que Orlean había cancelado el proyecto Light Brave, y por la que el viejo no solía llevar personas en sus viajes: estaba harto de cambiar tapicerías.

Tras unos momentos de tensión adicionales (los motores de impulso se negaron a arrancar a la primera), la velocidad del "Libre" se redujo drásticamente. Los ruidos del compartimento de carga recordaron al viejo que llevaba carga sin sujetar. Concretamente un grupo de androides de combate que debían estar de muy mal humor.

El viejo echó un vistazo a la superfície del planeta, ahora que había cruzado por fín la densa capa de nubes que envolvía la atmósfera media. Los sensores seguían sin responder, pero el calor que se podía percibir sin siquiera tocar la parte superior de la cabina, indicaban al viejo que el casco seguía estando demasiado caliente. Tenía que hacer algo rápido, o el fuselaje empezaría a deformarse.

Vió una superficie líquida de tamaño considerable, probablemente un mar interior (yo no sé mucho de estas cosas, soy narrador, no xeogeógrafo).

El viejo decidió inventar la "técnica gungan" de regulación de temperatura, y lanzó la nave contra la superficie del mar, esperando que fuera un líquido que respetara los metales de la nave. Y que no hubiera demasiadas fisuras en el casco. Al viejo no le gustaba perder el aire en medio del espacio, pero lo que de verdad no soportaba era tener que fregar la nave.